Si estás leyendo esto desde latinoamérica, en enero del 2025, es muy probable que todavía no hayas podido ver Emilia Pérez. Netflix tomó la obtusa decisión de no hacerla disponible en México y el resto de latinoamérica aún tras haberla estrenado hace meses en otros lugares. Aún así, es probable sepas de qué va la serpentina trama: Emilia Pérez (Karla Sofía Gascón) se nos presenta en un principio como “Manitas” (también Karla Sofía Gascón), que es un violento y poderosísimo capo del narco que busca transicionar a sus cuarenta y tantos años, para lo cual busca la ayuda de la ambiciosa abogada Rita Mora Castro (Zoe Saldaña).
Emilia quiere ser la mujer que siempre ha sabido que es, fingir su muerte y empezar una nueva vida alejada de su pasado y de su familia…
…y luego quiere redimirse de sus crímenes ayudando a familias de desaparecidos a encontrar los restos de sus familiares (muchos de ellos desaparecidos por ella)…
…eventualmente también quiere recuperar a sus hijos, presentándose como su tía hasta entonces desconocida…
…y también quiere controlar celosamente la vida personal de su joven ex-esposa, Jessi del Monte (Selena Gomez), que cree que su marido murió asesinado…
…y Emilia también quiere encontrar el amor, específicamente el amor de Epifanía (Adriana Paz, la única actriz mexicana del elenco principal)…
…por otro lado, Rita quiere ser alguien más, alguien mejor que lo que ha sido hasta ahora, habiendo trabajado para tantos clientes corruptos y criminales…
…y por otro-otro lado, Jessi quiere liberarse de su jaula de oro. En fin, es toda una telenovela.

También es probable que hayas escuchado algunas de las canciones: malas canciones; y que hayas escuchado el español que se habla en la película: pésimo español; y que hayas visto clips de Selena Gomez actuando: es Selena Gomez actuando.
Si no has visto nada, bien por ti. Y si no estás de acuerdo con mis adjetivos (malas rolas, pésimo español, Selena Gomez), dios te bendiga, y un poco de paciencia, prometo que hablaré de los méritos de la película algunos párrafos más abajo. Pero, como consejo mnemotécnico, VPN: Veela Primero no seas Necio. Y sabe que no estás sole, y que estás en prestigiosa compañía, Emilia Pérez es un éxito crítico y de taquilla: los jueces de Cannes premiaron al director, al soundtrack, y a las dos actrices principales, con sus máximos honores. Si tienes ese tipo de inclinación, date gusto leyendo la sección de premios y nominaciones de Wikipedia.

Más recientemente, el 5 de enero, Emilia Pérez arrasó en los Golden Globes. Me saqué de onda. Para que alguien (el jurado, o quien sea) considere a Emilia Pérez mejor película que Anora, o que La Sustancia, debe ser alguien extremadamente sensible a las cosas que la película hace bien (que sí las hay), y extremadamente insensible a las cosas que la película hace muy, muy mal.
De la descripción oficial de Netflix en su plataforma en EEUU: Cuatro mujeres extraordinarias persiguen la felicidad en esta audaz película de [el director] Jacques Audiard que desafía los géneros y se desarrolla a través de un sueño febril de canciones y bailes originales. Bien por Netflix: una descripción sin spoilers, concisa, intrigante, atractiva. Pero ufff, qué buena decisión no mencionar México, porque lo que es incontrovertible en esta hiperbólica semblanza, es que la película transcurre en el sueño febril que el director francés tuvo de México, después de leer la novela que escribió uno de sus amigos (Écoute, de Boris Razon).
Cuanto más trabajaba con cirujanos, más abrumado y asustado se sentía. No tenían límites. Con ellos, cualquier cosa podía ser más grande, más fuerte, más pequeña o más abultada. Parecían proclamar: “Nuestra vulgaridad es un remedio para la desmesura del mundo, abarca, subsume. Nuestra vulgaridad es el mundo. Mañana no seremos más que capos transformables y putas mejorables, nuestros pechos radares, nuestras piernas baterías de coche. No somos más que deseo y nuestros deseos son órdenes.” / (De la novela Écoute, de Boris Razon, narrándonos la experiencia del abogado Miguel Tuschinsky, al auditar cirujanos que realizan cirugías de reafirmación de género. El personaje de Rita (Zoe Saldaña) en Emilia Pérez se basa en Miguel Tuschinsky.)
Para usar el eufemismo de moda (popularizado recientemente por Guillermo del Toro) la película no existe en el mundo real: existe en el onírico (y conveniente) espacio cinematográfico, que facilita el tono que requiere un musical, pero también sirve de artilugio retórico para referirse a México como la maleable tierra de fantasía cuyo carácter histórico, social, estético, y cultural, ha sido moldeado caprichosamente por numerosas películas de producción extranjera (Coco, Nacho Libre, Del Crepúsculo al Amanecer…), un vago y flexible concepto de México estirado para deleite (y grima) del público dentro y fuera de las muy reales (y nada maleables) fronteras del país desde donde escribo estas líneas. Presumo que es un espacio diferente al que habitan otras películas, como Los Olvidados (del español Luis Buñuel), Macario (de la novela del –plausible– alemán B Traven), o Sicario (dirigida por el estadounidense Steven Soderbergh). Buenas películas.

Cuando vi Emilia Pérez por primera vez, en noviembre del 2024, estaba yo adecuadamente inocente. Sabía que era una película musical (una ópera, diría Jacques Audiard, el director), sabía que salía Karla Sofía Gascón (actriz trans a quién sólo conocía como una irritante concursante de reality shows), y sabía que era muy aclamada en todos los festivales por los que pasaba. Estaba lleno de anticipación, emocionado, y dispuesto a aceptar la idea de que la película se desarrollara en el espacio cinematográfico, la tierra de fantasía inspirada en México, un cuento de hadas contemporáneo… lo que sea. Es la disposición mínima de alguien que se somete voluntariamente a las exigencias de un musical. Pero aún antes de que empezara la primera canción, el personaje de Rita Mora (Zoe Saldaña), una abogada mexicana trabajando para clientes mexicanos corruptos y criminales, me levantó las cejas recitando las líneas: “Honorables colegas de la parte civil, estimados miembros del jurado, estoy de acuerdo con mis colegas de la fiscalía…”, ¿“miembros del jurado”?, ¿en México? ¿Qué va uno a pensar? Alguien vio un melodrama de corte estadounidense, asumió que México era lo mismo, y escribió esa línea de diálogo, y muchas otras del mismo estilo, sin molestarse en nimiedades, como googlear si en México esos procedimientos legales tienen un jurado. La somera escena del juicio, que nos introduce al personaje de Rita, es la primera de muchas vergüenzas de segunda mano que se sufren viendo la película, aunque es claro que nunca tuvieron una primera.
Suspendí mi incredulidad durante casi todo el primer acto de la película, pero luego se fue haciendo más difícil, luego se fue haciendo imposible, y luego inmoral.

Para crédito de Jacques Audiard, el director, nunca lo he oído hablar de su filme como un agente potencial de concientización, ni mucho menos de cambio. Ni siquiera de que su película contenga alguna reflexión no-trivial acerca de la condición trans, o de México y sus problemas. Para discredito de mi buen juicio, lo he escuchado hablar mucho, y parece estar encantado de haber hecho una ópera, un género que le fascina por su exceso dramático y estético, al que le da orgullo haber hecho una innovadora contribución (“¿Qué hay más parecido a un escenario de ópera que un set cinematográfico?”, le pregunta retóricamente a Guillermo del Toro, en una entrevista promocional para Netflix). De México, respondiendo al cumplido que le hace del Toro: “Para mí, tu visión de México fue hipnótica y hermosa”, Audiard nos dice “puesto que la filmé toda en un estudio en París, es como si hubiéramos traído a México con nosotros. Eso fue lo que pasó, pero Virgine Montel, la directora de arte, fue quien hizo todo ese trabajo”. “Pienso que ser verdadero no es lo mismo que ser realista”, interjecta del Toro, aunque no me queda claro si en Emilia Perez la verdad excusa la falta de realismo, o el realismo la falta de verdad, dado que la película sufre de grandes carencias en ambos aspectos.

En fin. Lo cierto es que nadie quiere ver una película didáctica, sentarse a ser aleccionado por algún autor mediocremente informado acerca de temas vitales y urgentes, sobre los que sólo tiene una noción ilusa de revelación intelectual y una desinformada moral profética (¿y si la respuesta fuera el amor?, ¿el perdón?). Para crédito de la película, es lo suficientemente estúpida para nunca estar en riesgo de caer en la trampa de la auto-importancia. Es imposible engancharse en un diálogo serio con sus ideas.
Pero, ufff, de todos modos… Qué difícil. De los temas trans de la película, Audiard nos dice “Lo que más me ha gustado de esta idea es la paradoja, la paradoja de cómo alguien que pertenece a la hiper virilidad, al hiper machismo, al hiper patriarcado, quiere moverse hacia la feminidad, lo encuentro paradójico. Es un tema muy interesante a tratar.” Sin duda lo es, pero no parece ser un tema sobre el que Audiard haya sentido una gran responsabilidad de educarse consultando a gente trans, al menos no mucho más allá de la educación que recibió de la ficción de Boris Razon. Aún así, vale la pena destacar que Karla Sofía Gascón se las arregla para aportar una buena dosis de autenticidad, y que el resultado final de la película difiere del guión original (y de Écoute) de manera positiva en varios lugares.

La siguiente interacción, por ejemplo, entre Emilia Pérez y el doctor Wasserman (interpretado por Mark Ivanir, ex miembro de la Fuerzas de Defensa Israelí), el cirujano que realizará su cirugía de reafirmación de género, sólo aparece en la versión final:
Manitas, escribiendo en su cuaderno rojo, que le entregará a Wasserman: Pensé cientos de veces en quitarme la vida, pero no es justo desaparecer sin haber vivido tu propia vida. Ayúdeme doctor. Esta es mi única esperanza de vivir mi propia vida. La vida que la propia vida se encargó de no darme.
– Déjame hacerte una pregunta. Cuando eras niño, ¿siempre fue lo que quisiste?
– Sí, toda mi vida. Desde que tengo uso de razón, es lo que siempre he querido ser. Pero… en el mundo del que vengo, es muy difícil. Muy difícil. Sé que tengo que dejar muchas cosas atrás, pero no puedo hacer otra cosa.

Un interludio cronográfico: Es enero del 2025. Han pasado dos meses desde que la película está disponible en Netflix en otros países (hizo su aparición en la plataforma digital el 16 de noviembre, permitiendo que todos los suscriptores pudieran verla desde la comodidad de sus hogares… bueno, todos los suscriptores de EEUU, Canadá, y el Reino Unido), y todavía no es posible ver Emilia Pérez en México, ni en cines ni en plataformas digitales a menos que uses una VPN o la consigas pirata. Es fácil conseguir un periodo de prueba gratis de una VPN para verla legalmente, aunque verla pirata es tal vez más fácil. Dos meses. Después de su éxito en Cannes (en mayo del 2024), Netflix se apresuró a obtener los derechos de distribución por ocho millones de dólares, y ha gastado otros tantos promoviéndola en múltiples festivales internacionales, tratando de asegurarse los símbolos de prestigio que creyó comprar junto con la película. Emilia Pérez se desarrolla en México, una fabulosa y multipremiada producción, que seguramente le interesaría a un público mexicano. Dos meses. ¿Qué pasó?
Segundo acto: La glamorosa Emilia Pérez encuentra su misión en su segunda vida: Encontrar víctimas de desaparición forzada. ¿Cómo? Creando una alianza entre sicarios, jefes criminales, y familiares de desaparecidos.

Emilia Pérez ha descubierto el secreto para resolver la crisis de los desaparecimientos forzados en México: el perdón. Y Audiard ha re-descubierto el secreto peor guardado para obtener la aclamación crítica internacional: la audacia blanca europea. Personalmente, estaría más que intrigado por este arco de redención para sicarios y capos de la droga, si de alguna manera estuviera inspirado en una estrategia de las víctimas reales; inverosímil, desconcertante, aún así sentiría que es mi responsabilidad ciudadana escuchar. Pero escuchar esto, considerarlo, a través de esta horrible canción… es algo que está más allá del límite de cualquier imaginación moral saludable.
Ruido, la película del 2022 (disponible en Netflix desde entonces, sin mañas de estrenos diferidos), que contó con la participación de integrantes de asociaciones civiles reales como “Voz y dignidad por los nuestros” y el colectivo “Buscándote con amor”, se siente como un buen trago de soda de uva, te la tomas inmediatamente para matarle el sabor a los hongos que te metieron en el sueño febril de Emilia Pérez, y regresarte a la realidad.

Pero lo prometido es deuda: la película hace muchas cosas bien. En el universo en el que Emilia Pérez es juzgada bajo sus propios criterios es una exitosísima muestra de habilidad técnica de parte del director y del talento de muchos de los artistas involucrados. ¿Qué quería hacer Audiard? ¿Qué es una ópera para él? Audiard mismo nos explica: El ADN de la ópera es la estilización, personajes arquetípicos, personajes sin mucha psicología, más bien emociones en movimiento. Un éxito. El final trágico, los giros inesperados, las revelaciones inverosímiles, las emociones desbordadas, la conclusión en un tiroteo de narco-película de acción. Toda una ópera.

Fotografía: 10. Iluminación dinámica: 10. Dirección de Arte: 10. Zoe Saldaña: 10. Mise en scène: 10. Presupuesto: Suficiente para satisfacer los caprichos operísticos de Audiard. Melodrama telenovelesco: 8 y medio. Cantidad de actuación: mucha. Calidad de actuación: Selena Gomez. Diálogos: Hasta me duele la pinche vulva. Coreografía: Chida. Letras: Grima. Música: Dios los perdone.
En el universo desde donde yo vi la película, a pesar de todos sus éxitos, es un fallidísimo ejercicio de empatía básica, o interés mínimo en los temas de los que se sirve para lograr su objetivo verdadero: el ostento.
