Pasó junio y cada vez son más las ciudades de México o el mundo (particularmente de occidente) que izan banderas con los colores del arcoíris y sus calles se inundan de Dignidad, sin embargo, los desafíos para población diversa todavía son muchos, algunos siguen cobrando vidas y es el discurso de odio, materia prima de la no inclusión, infame, rampante e impune.
El discurso de odio es el ingrediente base de la violencia que padecen los grupos de personas que sistemática e históricamente han sido vulnerables en este planeta -de hecho, lo siguen siendo-, que valga decirlo, este mundo nos pertenece a todes: judíos, afrodescendientes, pieles morenas, pueblos originarios, mujeres… y sí, también población LGBT+.
De hecho, la Liga Antidifamación, ADL por sus siglas en inglés y principal organización contra el odio en el mundo; ha explicado mediante un diagrama denominado La pirámide del Odio la manera en que las conductas violentas en contra de determinado grupo de la sociedad suelen escalar desde los dichos populares cargados de estigmas -poco reflexionados y con fanatismo desmesurado- hasta reacciones más dañinas que ponen en peligro la vida de las víctimas, de ahí la importancia de tomarnos muy en serio las narrativas tóxicas.
Por su parte, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH; en su boletín del primer trimestre 2023 titulado El Panorama de la situación de los derechos de las personas LGBTI en la región de América Latina y el Caribe dijo que “el discurso de odio, así como la violencia en contra de población LGBT+ aún continúa”.
El discurso de odio por LGBTfobia, su difusión, penetración, permisibilidad y no sanción; sirve de termómetro para identificar no sólo la inacción de la autoridad encargada de prevenir y erradicar la discriminación, sino también para estimar el riesgo latente, que puede ser mortal, hacia la población LGBT+; así como para poner en el foco público la gran tarea del Estado mexicano que aún no realiza y que no se percibe con una solución al corto plazo.
Dicho de otra forma, ONU Mujeres reconoció en 2022 que “alcanzar la igualdad de género para las mujeres costará 300 años al ritmo de progreso actual” y dado que las condiciones de la lucha feminista son un espejo a la búsqueda de inclusión LGBT+ debido a que ambas incomodan al sistema patriarcal, opresor y soberbio que se resiste a ceder espacios, me atrevería a inferir que el desafío de los tres siglos también se comparte para la comunidad diversa.
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Cretino statu quo.
El discurso de odio por LGBTfobia se caracteriza, principalmente, por promover estereotipos arcaicos, distorsionados o desapegados a las tendencias democráticas y actualizadas que aspiran a garantizar, respetar y procurar derechos fundamentales. Vaya, estamos en la Era de los Derechos Humanos y hay quienes no lo ven: miopía patriarcal.
Ejemplo de desatinos discursivos fue el pronunciado por el Papa Francisco hace unos meses donde refiere a que la homosexualidad, aunque no es delito, sigue siendo un pecado; y aunque el mustio matiz del líder de la iglesia de la católica supone una “posición inclusiva” hacia población LGBT+, lo que es cierto es que su declaración sigue atizando al odio y mengua todo avance.
Peor aún, este discurso de odio por LGBTfobia emitido por el líder religioso no sólo fue retomado por medios comunicación concesionados -algunos tradicionalmente conservadores-, sino también por aquellos que pertenecen a los sistemas públicos de radiodifusión el Estado mexicano.
Me explico: en enero de este año un servidor, desde las andanzas cotidianas en el Metrobús de la Ciudad de México, presenció la lamentable estampa protagonizada por el clérigo porque fue trasmitida desde los televisores instalados al interior de las unidades del siempre saturado medio de transporte de la capital mexicana. Estimo que miles de personas consumieron el infame mensaje.
Con indignación, denuncié el hecho ante el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México, COPRED. En principio no tuve respuesta, por ello busqué a valientes agrupaciones de la sociedad civil para acuerpar el reclamo y gracias a ello por fin fue atendida de denuncia sobre el uso de recursos del Estado para promover el odio. Después de 4 meses la espera terminó y la resolución del Consejo fue que “no encontraron elementos suficientes para poder determinar que existe un presunto acto de discriminación” (sic).
Quise tener más elementos de prueba -y eventualmente construir una historia periodística a partir de esta anécdota-, por ello solicité dicho material audiovisual vía transparencia, pero hasta el día de hoy tanto Metrobús como la Secretaría de Movilidad han negado la entrega del testigo.
¿Complicidad institucional para no manchar la imagen de un gobierno en campaña electoral por las malas decisiones o estamos frente a una incapacidad genuina por la miopía patriarcal? Aunque sólo los funcionarios de Claudia Sheinbaum Pardo tienen la respuesta, lo cierto es que este tipo de acciones -y omisiones- terminan haciéndole el trabajo sucio a grupos anti derechos, comúnmente emergidos de la derecha, pero pareciera que hoy la izquierda también tiene los propios.
El discurso de odio por LGBTfobia es infame, está rampante y goza de impunidad; por lo que, en la reciente coyuntura del pasado 28 de junio, Día Internacional del Orgullo LGBTTTI; no sólo hay que salir para tomar el espacio público con la frente en alto, sin vergüenza alguna; también es menester poner en el radar desde los medios de comunicación de dónde y por qué se están promoviendo narrativas tóxicas usando medios públicos para ello.