La pandemia por COVID-19 desvistió el recelo con el que profesionales de la comunicación llevamos a cabo nuestra labor. Aunque la mayoría de las propuestas comunico-informativas se han trasladado al entorno digital, en México la investigación, discusión y —sobre todo— organización del periodismo en internet se siguen manteniendo como incógnitas en los espacios de trabajo.
La diversificación de fuentes informativas, así como el funcionamiento técnico de los canales de distribución y los propios contextos de polarización hacen de la postura política un componente esencial para preservar, promover y defender los derechos ligados a la comunicación.
Durante los meses de confinamiento, atestiguamos el hartazgo de laborar en condiciones precarias. De acuerdo con la organización Reporteros Sin Fronteras (RSP), 2022 fue el año más mortífero para las, les y los periodistas en la historia de México.
En paralelo a los señalamientos a un Estado impune frente a los crímenes cometidos contra la prensa, denunciamos las condiciones que vulneran el derecho a una vida libre de violencia.
«Es un tema muy complejo que si queremos cambiar es necesario tener una mirada crítica frente a lo que está sucediendo», expresa le editore, periodista digital y analista de medios Raúl Cruz al pensar en la forma en la que se suele narrar a las poblaciones sexodisidentes.
Al involucrarse de lleno con el actual ecosistema comunicacional, Raúl tiene claridad en las dinámicas y los patrones comunes en los abordajes LGBTTTIQA+ por parte del sector mediático mexicano.
Aunque nuestro país cuenta con la Ley Federal de Telecomunicaciones y Radiodifusión(LFTyR), los Lineamientos Generales sobre los Derechos de las Audiencias y normativas contra la violencia (por ejemplo, la Ley para Prevenir y Eliminar la Discriminación), medios de alcance nacional mantienen líneas editoriales que pasan por alto principios establecidos por organismos defensores de Derechos Humanos.
Las campañas de desinformación así como las coberturas que apelan a la especulación insensible, el discurso dolorista, la revictimización y criminalización son constantes en el tratamiento de la violencia de género, la migración y las sexodisidencias. A partir de la información recopilada en su newsletter y el informe Polarización y transfobia: Miradas críticas sobre el avance de movimientos antitrans y antigénero en México(2022), le también coordinadore de redes sociodigitales rescata dos tendencias en el tratamiento de temas trans y no binaries (NB).
Por un lado, se encuentran «las notas de espectáculos y celebridades que salen o sacan del clóset». El segundo tipo de contenidos se refiere al rage-baiting.
También conocido como rage farming, el «clic de odio o enojo» hace referencia a aquellos contenidos que atraen a audiencias a través de la ira u otras reacciones negativas, esto con la finalidad de generar tráfico en los sitios web e interacciones en las plataformas de publicación. Aunque es un término popular en el slang digital, la Anti-Bullying Alliance (ABA) señala que dicha estrategia también puede ser utilizada offline para intimidar o propiciar ambientes hostiles.
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En los últimos meses, Raúl ha identificado la forma en la que los medios mexicanos han optado por el rage-baiting como una práctica en las redacciones:
«Personas que son completamente ajenas a las discusiones agarran notas o casos escandalosos de TikTok!, Twitter o Tumblr. Siempre tienen el mismo patrón. Utilizan notas que hicieron medios abiertamente transfóbicos de Estados Unidos, Reino Unido, España, Irlanda y a veces Argentina. Desde el origen, el contenido está hecho para el consumo de públicos antiderechos y antiLGBT+. Buscan dar continuidad a la agenda de los mismos».
Violencia y precarización periodística: peones rentables en medios que funcionan como empresas
Así como lo expresa le periodista, el rage-baiting da cuenta de la transfobia al interior y exterior de los medios. En 2022, activistas y colectivos LGBTTTIQA+ denunciaron múltiples casos de discriminación en programas televisivos, columnas de opinión, “mesas de debate” y paneles.
La opacidad con la que respondieron la mayoría de los medios o personas involucradas demostró que la transfobia es una violencia sistemática que se monetiza, legitima y constituye como parte de las líneas editoriales.
La burla hacia grupos que exigen respeto a sus identidades a través de un manejo ético de la información también resulta funcional para una sociedad misógina, clasista, xenófoba y LGBTfóbica. Al respecto, Raúl manifiesta que «con la generación de este tipo de contenido solamente se le da esteroides a los prejuicios».
Conforme a le experte, la presencia de discursos de odio en los medios digitales, además de responder a acciones conscientes y coordinadas de grupos antiderechos, expone las condiciones en las que labora gran parte de profesionales de la comunicación.
Al «otorgar el beneficio de la duda», Raúl convoca a analizar y problematizar cómo la precarización laboral se vuelve un factor relevante en coberturas descontextualizadas y poco cuidadas. «La dinámicas de producción de contenidos en medios digitales son brutales», apunta.
A través de conversaciones con colegas o denuncias en redes sociodigitales, tenemos presente que la multiplicidad de puestos, la ‘máxima’ de «hay horario de entrada, pero no de salida» y la falta de capacitaciones más allá de lo técnico ponen en riesgo los derechos a la comunicación (sea como profesionales o como parte de la audiencia) y, con ello, la integridad y dignidad.
Sin embargo, esto no nos exime de responsabilidades, de buscar alternativas para la reparación/prevención de daños o de adoptar una postura contra la violencia mediática y simbólica hacia las sexodisidencias. Como trabajadoras y trabajadores de este ámbito, necesitamos ser conscientes de lo perjudicial que es mantener un periodismo despolitizado y que únicamente apela a la rentabilidad.
Si bien en nuestro país existen propuestas comunicacionales que se alejan de un mecenazgo de la información, aún son evidentes los desafíos financieros y de circulación que enfrentan proyectos independientes. A su vez, comenta Rául, es perceptible «un pacto de caballeros en el que nadie dice nada de nadie».
Para empezar a fragmentar estas prácticas y directrices —muchas de ellas derivadas del fortalecimiento de los medios como empresas— es imprescindible «la organización colectiva». Las medidas de contención no son suficientes.
Aunque a momentos la situación nos hace pensar que no hay salida, Raúl y otres profesionales del periodismo, la fotografía, la Economía Política, la regulación audiovisual y la producción nos mantenemos firmes en que «ser un medio LGBTTTIQA+ implica forzosamente ser un medio político. No tenemos el lujo de no serlo».
Por fortuna, la consigna encuentra eco en las nuevas generaciones, unas que estamos dispuestas a luchar para «frenar los procesos de explotación laboral» a través de «colectivos de comunalidad» y «sindicatos que tomen en cuenta las violencias de género y contra las sexodisidencias». Que la organización al interior de los medios empiece a abogar por las deudas históricas.
Sobre Raúl Cruz:
Es editore y maestre en letras mexicanas. Se especializa en crítica cultural y medios. Coordina las redes sociodigitales de ADN40 y, de manera semanal, comparte un segmento televisivo con Ricardo Raphael para abordar distintos temas de la agenda mexicana.
Paralelamente, brinda asesorías de SEO y derechos LGBTTTIQA+. Como labor independiente, escribe “Medios, mentiras, odios y medias mentiras”, newsletter que ayuda a entender cómo se mueven las narrativas con relación a las poblaciones trans y no binaries (NB).
Es autore de “Representación y visibilidad: Narrar lo trans y no binarie sin personas trans/no binaries”, capítulo de Polarización y transfobia: Miradas críticas sobre el avance de movimientos antitrans y antigénero en México, informe elaborado y publicado por comun.al. Laboratorio de resiliencia digital.